Malos tiempos para las universidades de mercado

El domingo pasado el economista Kenneth Rogoff comparaba con una invasión extraterrestre la situación que actualmente experimenta el mundo: “Sabemos que la determinación y la creatividad de la humanidad triunfarán. ¿Pero a qué coste?”. En efecto, las consecuencias de la pandemia están llegando a todas las organizaciones, tanto públicas como privadas. Hoy traemos a la bitácora dos ilustrativos casos y un desahogo personal.

El mercado universitario británico

La Universidad moderna incorpora en todo el mundo occidental una característica peculiar: su autonomía, con frecuencia de amparo constitucional. Se trata de un instrumento al servicio de la libertad de docencia y de investigación, que se suele concretar en organizaciones con amplio margen en la toma de decisiones presupuestarias y financieras, así como un característico y participativo modelo de gobernanza. En España, durante las épocas de estrecheces económicas llegó a compararse con una cierta privatización blanda. Hace diez años lo veíamos así en esta bitácora.

Inglaterra ha llegado muy lejos en esa autonomía. La reciente experiencia comenzó durante el último gobierno laborista y se acrecentó con los actuales conservadores, siempre con el beneplácito de las autoridades académicas, casi rozando la euforia institucional. El modelo de financiación de la educación superior británica (no en Escocia)  pasó a responder a criterios de mercado: el ministerio abona directamente a la Universidad la matrícula de los alumnos a quienes otorgan un préstamo (unos 9.000 millones de libras por año) que deben devolver cuando obtengan ingresos del trabajo y se supere un determinado nivel de renta. Al financiar al estudiante y no a la institución educativa, se espera que la competencia entre proveedores mejore la calidad del producto y su relación con el precio.

Las Universidades británicas ya saben que tendrán unos 230.000 alumnos menos este otoño como resultado de la crisis. La mitad de ellos son estudiantes internacionales. Esa caída de matrícula reducirá sus presupuestos en mil quinientos millones de libras.

Actualmente, las tasas de matrícula para estudiantes internacionales de grado comienzan en £ 9,000 al año, y pueden triplicarse para los cursos de medicina, aunque el promedio es de aproximadamente £ 12,000.

En medio de la actual crisis el esquema presenta dos grandes problemas. Muchos graduados en desempleo no podrán devolver los préstamos (problema para el Gobierno) y los abundantes alumnos extranjeros, que pagan a tocateja y sostienen este tinglado,  disminuirán porque la recesión será mundial. Problema para la Universidad.

En 2017 los auditores del Reino Unido, la National Audit Oficce (NAO) entendieron que este era un asunto estratégico para la nación y hacían público un informe denominado “El mercado de la educación superior” que ya comentamos en su día y donde alertaban de los riesgos del esquema, que hace una realidad la Universidad a dos velocidades y donde el marco retributivo ha rozado el escándalo tras conocerse que algunos cargos académicos tenían sueldos superiores a £ 300.000, en un marco donde abunda precariedad laboral. Estaremos atentos.

La Universidad norteamericana

Otras instituciones con gran autonomía son las universidades estadounidenses. Para ellas (y sus esquilmados estudiantes) el gobierno federal aprobó la llamada Ley CARES que aporta 14.000 millones de dólares en ayuda de emergencia destinada a instituciones de educación superior para prevenir, prepararse y responder al coronavirus. Los fondos se pueden usar para sufragar gastos como la pérdida de ingresos, los costes tecnológicos asociados con una transición a la educación a distancia y las subvenciones a los estudiantes para manutención, alojamiento, materiales del curso, tecnología y atención médica. Parece que la cuantía total no resuelve el problema de las 4.600 universidades y colleges, muchas de ellas de tamaño pequeño, que van abocadas a la quiebra tras la pandemia. Sobre todo si los alumnos no pueden pagar la matrícula.

La buena noticia que recoge la prensa estos días es que la prestigiosa Universidad de Stanford acaba de retirar la solicitud de subvención por 7.4 millones de dólares que le correspondía de esos fondos federales de emergencia, otorgados en función del número de estudiantes y ponderando especialmente los becados. Han hecho lo mismo el resto de las universidades ricas, como Harvard (renuncia a 8.7 millones) y Princeton (2.4 millones). Las universidades de Yale y de Pensilvania siguieron su ejemplo, lo que significa que los cinco principales centros privados del país (por dotaciones) han decidido renunciar a ser beneficiarios. De esa forma quedará más subvención disponible para las universidades más pequeñas que atraviesan dificultades financieras y además están ayudando mucho a luchar contra la pandemia.

El portavoz de Stanford declaró: «creemos firmemente en la importancia de mantener viables estas instituciones para proporcionar acceso a la educación superior a la mayor cantidad de estudiantes posible, y hemos concluido que esto debería ser una prioridad». No debemos extrañarnos que practiquen los valores cívicos que se predican y son la esencia conceptual de la Universidad: la justicia, la solidaridad y el compromiso ético y social.

¿Está hoy el «sueño americano»¿fuera del alcance de los Millennials?

Ayer mismo, en el blog de los auditores federales, la GAO recordaba que el primer día de mayo ha sido tradicionalmente un día importante para los jóvenes: el Día Nacional de la decisión de la Universidad, el día en que los estudiantes de último año de secundaria se comprometen con una universidad (con un depósito de garantía, claro) donde asistirán en el otoño. Sin embargo, la mayoría de los centros han retrasado ese plazo.

Hace cuatro meses la GAO difundía un informe titulado La Generación del milenio con información sobre el estado económico de los hogares del milenio en comparación con generaciones anteriores. Recordaba que mejorar la situación económica a través del trabajo duro y de la educación ha sido el «sueño americano» durante generaciones. Se preguntaba “¿Está hoy fuera del alcance de los Millennials?”

Recordaba que los estadounidenses siempre han ganado más que sus padres a la misma edad. Sin embargo, factores predeterminados como la renta familiar, la raza y la ubicación geográfica juegan un papel decisivo en la determinación de sus ingresos futuros. Hoy, los millennials tienen significativamente más deuda estudiantil y menos patrimonio neto que las generaciones anteriores, a pesar de contar con altos niveles educativos. Ya venían tocados y ahora les ha caído una invasión extreterrestre.

Pues bien, como la matrícula es tan cara, los estudiantes no han tardado en organizarse exigiendo rebajas en sus tarifas argumentando que la enseñanza virtual no es de la misma calidad que la presencial. Incluso se han presentado las típicas demandas colectivas del sistema jurídico norteamericano. Se solicita a los tribunales que respondan una pregunta espinosa que ha surgido a medida que las universidades cambian la modalidad de las clases: si existe diferencia de valor entre la instrucción on line y el aula tradicional. Un debate interesante.

Universidad telemática

Esto me lleva a una reflexión final. La docencia más vanguardista venía incorporando cada vez más las nuevas tecnologías en la enseñanza y algunas relaciones con la empresa como señal de modernidad. Algunos movimientos contrarios sencillamente languidecieron ante una trayectoria imparable. El confinamiento ha acelerado ese rumbo, junto a otras tendencias como las compras on line, la digitalización bancaria o el teletrabajo en general.

La docencia en remoto ya se ha instalado definitivamente. Vivimos muy rápido, ya lo se; y la vida es eso que pasa mientras nosotros corremos (Cesar Poetry) pero nos permite acceder a muchos sitios y nos evita ir a otros innecesarios ¿Cuánto hace que no visita su banco?

Hace años que se viene anunciando “El final de la universidad tal como la conocemos”. Reconociendo que el cambio no sucede tan rápidamente como pudiera esperarse pues, en esencia, la Universidad no ha cambiado demasiado en estos ocho siglos a pesar de ser una de las 10 instituciones que sobrevivió a la Edad Media. Es cierto y no es la misma que creó Alfonso IX en Salamanca o Valdés Salas en Oviedo, pero su esencia sigue siendo la misma. Y es ahora más necesaria que nunca.

¿Qué queda de la parte emocional del estudio? Ya escribí sobre esto recordando mis jóvenes días de apuntes y academia. Las universidades son lugares afectivos que forman una parte esencial de la identidad de muchas personas. Allí se forjan amistades duraderas que nos acompañarán por el resto de nuestros días. Incluso en la distancia. Los hijos erasmus de mis colegas van, sin despeinarse, a las bodas de sus amigos en Polonia o Italia como antes nosotros íbamos a Salamanca. Lo dicho: para toda la vida.

La Universidad es un lugar donde no sólo se aprenden habilidades. La vida universitaria es una experiencia que vale la pena y las clases on line nunca pueden sustituirla. Es cierto que los estudiantes se involucran cada vez menos en la vida ciudadana, en las actividades culturales o en la política. Algo se está haciendo mal cuando todos nos hemos olvidado tan fácilmente de que nuestra misión no es simplemente transmitir conocimientos.

2 comentarios en “Malos tiempos para las universidades de mercado

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