Los tercios de Paco

Me apasiona observar el interior de las organizaciones, ya desde las primeras clases de Álvaro Cuervo en la facultad de Económicas, hace 45 años. Incluso hoy en día sigo leyendo, jubilado, sobre las organizaciones y hasta escucho los podcasts de Xavier Marcet, plagados de sabiduría concentrada. 

Si, fui afortunado por comer en 7 portas con Paco y Susana

En este sentido, me cautivan las ideas sencillas y útiles como las del catedrático recientemente fallecido, Francesc Sole Parellada, quizás maduradas durante su juventud hostelera en el centenario restaurante familiar de Barcelona. Decía el bueno de Paco, hablando de la Universidad Pública (su pasión), pero aplicable a otras muchas estructuras, que toda Institución estaba integrada por tres tercios. Un tercio que aporta mucho, con talento y disponibilidad institucional, atiende con calidad, impulsando iniciativas. Otro tercio que, diríamos, cumple poco o lo justo y se les reconoce porque al verles nos preguntamos cómo pudieron llegar allí. Luego hay un tercio que oscila en su compromiso y dedicación. “La gracia está en crear la coalición valiente de cambio entre los comprometidos hasta seducir a una mayoría de los oscilantes”, solía concluir con su tono divertido y genial.

El asunto me vino a la mente escuchando esta semana la comparecencia de un veterano guarda forestal, de nombre César, en la Comisión que investiga en la Junta General del Principado el desgraciado accidente minero de Degaña. Que alguien, desde la base de la pirámide, traslade su desánimo ante la desidia del aparato burocrático, es indicativo de una cultura muy arraigada en nuestra Administración, que supera con mucho el triste asunto investigado

Digámoslo claramente: demasiados ámbitos de la gestión pública general se han degradado durante las últimas décadas. El escalón más débil de la cadena de mando, Don Cesar, se ha atrevido a describir descarnadamente eseescenario: se avisa antes de la inspección, se pierde o se eterniza la denuncia y concluye demoledor: «He gastado más tiempo de mi vida peleando con la Administración que con los infractores, y ya lo que espero es jubilarme y perder de vista a toda esta gente«. La ciudadanía (que piensa parecido, no se equivoque querido lector) debe agradecerle hablar tan claro en los tiempos que corren. 

Opino que los propios directivos son también víctimas del trastorno, aunque no faltará quien piense que su trabajo es hacer que los equipos tengan éxito y que está en su mano corregir la deriva del ecosistema corporativo. Pero, el esfuerzo es titánico y exigiría tanta energía que les parecerá mejor sobrevivir con lo que hay, sin asumir los riesgos ni el tiempo que exige toda iniciativa de cambio a medio plazo. Parece una batalla perdida. Ya sé que toda generalización es peligrosa -incluida esta misma frase- pero tengo demasiados amigos con jefaturas que piensan así, sin entusiasmo esperando a la jubilación y colaborando en no mejorar el estado de cosas; algo que no ha hecho nuestro admirado guarda forestal.

Tras algunos escándalos en Asturias como el “caso Renedo se ha instalado, en un amplio sector del funcionariado, una especie de peligrosa ausencia de compromiso. Mimetizarse y no destacar es la garantía del éxito para los medianos. Por supuesto, la creatividad baja. Medicina defensiva, como apuntábamos ya hace 18 años. Entonces, mejor nunca saltarse ni intentar cambiar un protocolo, aunque el sentido común indique otra cosa. De trabajar en equipo ya ni hablamos, en la sociedad del teletrabajo y donde ya escasea el espíritu de camaradería

Cuando encuentras a alguien del tercio bueno eres afortunado en el procedimiento. Incluso si puedes hablar de un trámite con una persona de carne y hueso deberías felicitarte porque estamos en un momento de transición tecnológica en determinados tipos de empleos. En el sector privado contemplamos la desaparición del trabajo de entrada para los graduados porque la inteligencia artificial suprime ciertas tareas rutinarias, que antes permitían el aprendizaje de los jóvenes. Al sector público está llegando esa ola, incluso antes de la explosión GPT.

Además, las organizaciones son cada día más planas. Aquellas jerarquías de los años 70, que eran verdaderos rascacielos en todos los sectores y obligaban al lento ascenso meritocrático generando vínculos afectivos durante toda la vida, se han achatado hasta hacer valle. Incluso hoy tenemos dificultades para reclutar directivos en determinados servicios malditos que todos conocen. Arremangarse o deprimirse, es el sino de estos tiempos. 

Una versión de este artículo se publicó en La Nueva España


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