Elogio del cazador de mamuts

Imagine que retrocede 12.000 años, cuando Europa albergaba una civilización llena de riesgos para la vida humana. Pronto este ejercicio será muy popular ante el presumible éxito durante 2008 de una película sobre ese escenario. Existían pequeños grupos liderados por un fuerte y experto cazador, cuya principal cualidad era la autoridad que despertaba en los restantes habitantes de la cueva. Era diestro en el manejo de aquellas rudimentarias lanzas. Era valiente en los momentos más peligrosos. Nadie osaba cuestionar su autoridad y los restantes miembros de la cueva le tenían gran temor. Si alguien se desmandaba era ejemplar y aplicaba algo que popularizarían los mafiosos muchos siglos después: “Si castigas a uno enseñas a cien”.

Con la división del trabajo llegaron las modernas organizaciones. La gente convivía muchas horas en la oficina, pero como el personal tenía sus propios criterios, surgieron los conflictos. Para dulcificarlos, apareció toda una industria que movía millones de euros: la motivación. Su atractivo descansaba en una promesa: que con suficiente aliento, potenciación y autoestima, los empleados llegaran a ser leales y productivos, en beneficio tanto de sus jefes como de ellos mismos.

Sin embargo, a pesar de los variados programas de incentivos, las encuestas demostraron que la moral del trabajador había llegado a mínimos críticos. Hoy, una mayoría de los empleados afirma despreciar su carrera profesional. ¿Cómo es posible? Y, más importante, ¿qué se puede hacer?

Cuatro de cada diez españoles (un 42%) no está satisfecho con su trabajo, según el estudio Cátenon de Satisfacción Laboral y Calidad de Vida 2007. Además, tres de cada cuatro consideran que, para lograr el éxito laboral, hay que renunciar a la vida personal. Sin embargo, un 73% aceptaría que le bajaran parte de su sueldo si ello conllevara una mejora en la calidad de vida (a través del horario flexible o el teletrabajo sobre todo).

Quizás hay que desenterrar al cazador de mamuts. Quizás, esas teorías de la gestión, cada vez más complicadas, sólo sirven para ofrecer a los empleados una falsa confianza. Y lo que es peor les da delirios de grandeza cuando el secreto de un equipo de éxito es que todo el mundo haga lo que yo digo. En cuanto se levanta la mano, te hacen una canción, como la que “Mojinos escozios” dedica a los jefes.¿Será posible que alguien haya visto la luz y haya desenmascarado tanto narcisismo? Con ayuda de San Google no tardé en encontrar al subversivo gurú de los negocios, Dr E.L. Kersten autor del libroLa desesperación – El libro del arte de la desmotivación”. El buen doctor sabe que el verdadero éxito en el trabajo sólo puede lograrse cuando cada empleado conoce su sitio (¡y su sitio está por debajo de ti!) .

El sarcástico libro está lleno de consejos y técnicas para ayudarte a desmoralizar totalmente a tus compañeros de trabajo, a los restantes empleados de la oficina. Vamos: como la jungla del mamut. El propio autor define su obra como una motosierra en las piernas del proverbial escalafón, garantizando con su compra la facultad de reducir el ego y de crear una auténtica y divertida división entre trabajador y su jefe.

Así, el Doctor Kersten te recomienda que ignores a los empleados temporales, confundiendo sus nombres y subestimándoles: hacer como que no percibes sus éxitos e incluso limpiarte las manos después de saludarles. Si, es «duro», pero los ejecutivos de éxito a veces tienen que ser crueles para ser buenos.

El arte de la desmotivación es un regalo ideal para cualquiera que tenga que tratar diariamente con los egocéntricos empleados y esta garantizado que deshumaniza el lugar de trabajo en poco tiempo. . Nada mejor que estas fechas para poner en práctica esta nueva ciencia. Veamos.

Si realiza la institucional comida de Navidad, no permita sentarse por grupos de amigos. Colóquelos por jerarquía para que se les atragante la celebración. No permita que ese empleado incomodo se disculpe otro año más de acudir al festejo. Podría servir de ejemplo al resto. Dígales a todos que se pasará lista y extienda el rumor de una reorganización. Y por supuesto, no se le ocurra regalar nada. Utilice la disculpa de los auditores, o mejor, del Interventor que pone problemas a todo. El argumento del Interventor es muy socorrido, aunque solo debe usarse en situaciones extremas.

Ocúlteles información sobre la vida corporativa. La ausencia de comunicación es otra arma fantástica para desorientar al personal. Hasta la usan los torturadores. Si usted es el único empleado que tiene toda la información además será imprescindible. Como vé: todo son ventajas para usted con el revolucionario método del Doctor Kersten. Y ¿Para la compañía? Eso es otro cantar.

Como no me gusta terminar esta entrada de una manera pesimista, os cuento una anecdota que me sucedió hace unos días, que me acerqué a una obra donde tres obreros se encontraban trabajando. Pregunté a uno de ellos: «¿qué está haciendo?», a lo que me respondió: «estoy colocando ladrillos«. Pregunté al segundo lo mismo, y me contestó: «estoy levantando un muro«. Finalmente, me dirijí al tercero que silbaba mientras trabajaba y, ante la misma pregunta, se enderezó sonriendo y me dijo: «estoy construyendo una catedral«.

 

Una versión de este artículo fue publicado en el diario La Nueva España del 6-XI-2007.

9 comentarios en “Elogio del cazador de mamuts

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