
Esta semana asistí a un interesante encuentro sobre Inteligencia artificial en el entrañable Palacio de La Magdalena, la sede santanderina de la Universidad Menéndez y Pelayo. Los cursos de verano incorporan una interesante oportunidad para reflexionar o debatir con otros profesionales y jóvenes graduados sobre el estado del arte que nos interese. Así que dedique uno de mis cuidados Moscosos (bendita función pública) a conocer las tendencias actuales de la inteligencia artificial. El director del encuentro, el catedrático de la Universidad de Oviedo, Santos González, incluyó en el programa al magistrado José Ramón Chaves, para hablar de las cuestiones candentes de las Tecnologías de la Información y el Derecho. Estuvo brillante, como siempre.
Chaves: “el derecho mercantil y el derecho Penal clásicos heridos de muerte”
Para Chaves, nos encontramos en fase de transición de un sistema jurídico que giraba en torno a la idea de un Estado soberano, donde reinaba la seguridad jurídica y donde primaban los documentos y las personas, hacia un sistema jurídico globalizado donde reina la incertidumbre, donde priman las pruebas electrónicas y no son identificables todos los sujetos jurídicos. Además se ha producido una eclosión de derechos digitales cuya extensión y límites no están claros.
Demasiados operadores jurídicos y no todos formados en las mismas técnicas ni en las nuevas reglas del juego tecnológico. En medio está el ciudadano, perplejo ante un procedimiento electrónico y una justicia electrónica que son mas anunciadas que reales. En suma, los tótems son la transparencia, el dato personal, los derechos digitales, con ruido de las redes sociales, mientras las tribus jurídicas siguen mirando de reojo a sus viejos dioses. Concluyó: “ toda una revolución jurídica está en curso y su desenlace pocos pueden pronosticar”.
En el aula colindante, había otros interesantes seminarios, como el dedicado a La Seguridad Social ante la digitalización y la jubilación del baby boom: claves para su sostenibilidad financiera y social. Los periodistas apuraban sus micrófonos en las improvisadas ruedas de prensa de los pasillos donde, con cierto desparpajo, el Secretario de Estado de la Seguridad Social entonaba una dura autocrítica por la gestión laboral en los primeros compases de la crisis económica. Pocas soluciones se aportaron para la comprometida situación de nuestras pensiones, salvo trasladar sin pudor el problema para el futuro.
Un poco más allá, un grupo de militares con uniforme de gala tomaba café con estudiantes con ocasión del curso Innovación, tecnología, geopolítica y defensa. En otro aula, la escritora Laura Freixas en el Curso Escribir la maternidad. No hay milagro más cruelque apuntaba multitud de temas reivindicando la existencia de una literatura centrada en la maternidad. Un ambiente universitario, en suma, muy creativo.
Varios de los ponentes de mi programa pusieron sobre la mesa los efectos de la tecnología sobre el trabajador por cuenta ajena, lo cual me suscita una rápida reflexión fiscalizadora que quiero compartir.
La caída de la participación de las rentas del trabajo en el PIB

Esta evolución tiene mucho que ver con la transformación de la propia producción. Primero fue el nacimiento de la industria ( 1.0: manufacturas mecánicas) hace ya tres siglos cuando las máquinas en serie reemplazaron la mano de obra humana. Después llegó la producción en masa (2.0) con la llegada de la electricidad y el desarrollo de industrias de grandes bienes de capital, que tras la automatización de las TIC (3.0) permitió un gran salto en la producción en línea, hasta llegar a la industria 4.0 de los Sistemas ciber-físicos, en fábricas inteligentes con decisiones descentralizadas que tienen mucho que ver con la inteligencia artificial. Felix Barrio, del Instituto Nacional de Ciberseguridad de España (INCIBE) describió los avances y riesgos tecnológicos con maestría.
Riesgos «no tecnológicos»
En este escenario, surgen otros riesgos sociales. Algunos economistas, como Daron Acemoglu (MIT) y Pascual Restrepo (Universidad de Yale), concluyen que cada robot nuevo reduce el empleo en 5.6 trabajadores y los salarios en un 0.5%. El avance global de la automatización y digitalización de la economía han contribuido enormemente a la polarización de las retribuciones. Como puede verse en el gráfico siguiente, en lo que va de siglo, en todos los países europeos cae el peso en el empleo de las ocupaciones con un sueldo medio mientras que aumentan las profesiones con altos y bajos salarios.”
Este cuadro es impresionante y muestra perfectamente el abismo que se abre entre las clases sociales. Solo se crean empleos de muy alta o muy baja cualificación. En medio nada. Quería compartirlo con vosotros, que seguramente lo venís intuyendo desde hace tiempo.
“La digitalización de la economía está agudizando los efectos negativos de la globalización sobre las rentas del trabajo”
Carmen Vizán, en un reciente estudio, muestra que esa caída de la participación de las rentas del trabajo en el PIB tiene alcance global y se produce desde al menos la década de los 80 del siglo pasado. Se mantiene la tendencia aunque se computen los trabajadores autónomos o se descuenten los empleados públicos. Su principal consecuencia es el aumento de la desigualdad, sin que funcione el ascensor social, con una pérdida progresiva de poder de negociación de los trabajadores y la desaparición de aquello que llamá(ba)mos clase media.
La agencia tributaria reconoce que en el ejercicio 2017 había 100.000 contribuyentes son rendimientos del trabajo superiores a 150.000 euros y doce millones de declaraciones están por debajo de los 21.000 euros:
Las consecuencias fiscales del inevitable camino emprendido son muy negativas, pues se mina la capacidad recaudatoria y por tanto las posibles políticas públicas. Por último, aumenta de la desafección política de la ciudadanía y la pérdida de legitimidad de las instituciones. El mercado está presente en todo.

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