En 1985, Kasparov se proclamó campeón mundial de ajedrez. Eso le permitía poseer uno de los pocos ordenadores personales de la Unión Soviética. En su libro «Cómo la vida imita al ajedrez«, cuenta una anécdota (que cito de memoria) ocurrida tras recibir desde Hamburgo un obsequio de un admirador informático: un programa de ajedrez junto a varios juegos, que también comenzó a practicar con maestría. Un año después, compitiendo en Alemania, visitó en su casa al autor del regalo. Tras la cena, el presuntuoso ajedrecista fue retado por el hijo del informático que, con sólo tres años, le propinó al ordenador una soberana paliza en uno de aquellos juegos de puntos, que él había creído dominar tan bien como el ajedrez.
En ese momento se dio cuenta que su generación lo pasaría muy mal con aquellos niños que se iban a educar con el ordenador bajo el brazo. También pensó que la URSS lo tenía muy complicado para sobrevivir a una revolución tecnológica doméstica en Occidente.
Esta realidad comienza a tener su reflejo en el entorno laboral. La nueva generación de los “Digitales nativos”, como los denominó en 2001 Marc Prensky (y que divulgo en castellano Alejandro Piscitelli) nacieron en la segunda mitad de los ochenta y, por tanto, empiezan a incorporarse ahora a las organizaciones. Su fuerza: un poderoso talento creativo (aumentado cuando se encuentran motivados) y su grado de movilidad. El Departamento de Trabajo de Estados Unidos calcula que hasta su madurez profesional habrán cambiado de trabajo una docena de veces.

Hoy, lo difícil no es disponer de tecnología, sino sacarle partido con talento, del que hay mucho en el mundo. El mismo día que Microsoft presentó su Windows Vista ya se vendía en las calles de China pirateado al precio de un euro en inglés y a 50 céntimos en chino.
Por otra parte, la tecnología está cambiando el modo de comunicarnos y de entender las organizaciones, incluida la Administración Pública. Sin embargo, los actuales líderes, los que toman las decisiones son “inmigrantes digitales” (cuando no, simplemente: ignorantes) que intentan aprender el lenguaje que los nativos ya tienen incorporado.
En cambio, nosotros, los inmigrantes digitales, confiamos en nuestra experiencia, en nuestra capacidad de razonar y, antes de dar un paso pensamos: ¡A ver si lo rompo! Dicen los doctores que utilizamos más el hemisferio izquierdo, procesando secuencialmente la información analítica de forma lineal, mientras que nuestros hijos aprenden utilizando más la parte derecha del cerebro, la creatividad, las emociones y la intuición.
Digitales nativos
Se trata de la primera generación digital que ha crecido con muchas formas de comunicarse y que aprenden esencialmente utilizando su creatividad: cacharreando, probando y corrigiendo. La palabra ha perdido importancia frente a la imagen y prefieren leer la prensa por Internet frente al clásico papel. Los profesores saben que cada vez es más difícil mantener la atención de los alumnos, que acostumbrados a tantos estímulos se aburren en clase desde primaria a la universidad.
No estaría de más recordar que fue un adolescente (Matt Mullenweg) quien creó la herramienta wordpress, que me permite hoy mantener con sencillez esta bitácora. No obstante, hay quien se plantea que la inteligencia media de esa generación está estancada, aunque sube la inteligencia de las máquinas y por tanto de la combinación hombre-máquina de los nativos digitales, que se han criado entre ellas.
Sin embargo, a pesar de tanto cómodo aparato que resuelve nuestros problemas cotidianos parece seguro que estos chicos nunca mejorarán el nivel de vida de sus padres ¿Llegarán a conocer esas 65 horas de jornada laboral?
Estos jóvenes viven en lo provisional: hoy todo es de un día para otro y han llegado a aceptar esa inseguridad. El experto en temas de juventud, Javier Elzo, reconoce que cada vez será más importante que la propia persona tenga una cabeza ‘amueblada’, y menos importante la familia de origen o los recursos económicos. Un conocimiento tiene ahora una vigencia máxima de 5 años, así que ahora, más que el saber, las empresas valoran a quien está dispuesto a aprender.
Jacques Attalí, en su libro Diccionario del siglo XXI (Paidós, 365 páginas), presenta una descarnada visión del futuro que causa estupor y esperanza, imaginando una sociedad con un influyente grupo social en la cúspide: una hiperclase que no poseerá empresas, ni tierras, ni cargos, en tanto que ricos en activos nómadas: la competencia, la innovación o la creación. En esa sociedad nómada, alrededor de la cual gira su concepto del futuro, la riqueza estará en los diplomas, en la red de relaciones, en el nivel cultural o en las aptitudes.
Yo, por mi parte, pertenezco como Kasparov a la generación que competía al ajedrez con piezas de madera y, menos creativo e intuitivo, sigo pensando: “cuanto más entreno, más suerte tengo”. Recuérdalo, hija, hoy que has comenzado tus estudios universitarios.
Una versión de este artículo fue publicado en el diario La Nueva España del 3-X-2008

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