En estos días, confinado en casa como ustedes, queridos lectores, no dejo de experimentar emociones de todo tipo. Me siento mayor. Lo reconozco. Me ocurre demasiadas veces … ¡al día! Ya no sólo cuando veo como Anabel llega a su casa en Arriondas en la ambulancia y entre aplausos de sus vecinos. Es que ya me enternecen hasta las ruedas de prensa diarias. Normal ¡Como han evolucionado los corazones desde el inicio de la pandemia! Lejos queda aquel frío relevo ante el micrófono del Comisario de la Policía Nacional o del General de la Guardia Civil. Hay que ver la destreza tranquilizadora con que responden ahora los técnicos participantes. Seguro que se han percatado ustedes. Transmiten optimismo y lo pretenden.
En esto tampoco estoy solo. Creo que todos hemos aprendido muchas cosas durante el mes de confinamiento y aún no ha terminado. Algunas lecciones las han sufrido las familias en carne propia, y otras tendrán los gobiernos que asumirlas “el día después”. Así, parece haber un consenso europeo sobre que las fábricas de manufacturas de primera necesidad o los laboratorios de farmacia deben ser “nacionales”. Se hace necesario remover las dificultades (Organización Mundial de Comercio, Unión Europea) para garantizar que se fabriquen en España determinados productos estratégicos. Y no será una lista reducida. La normativa comunitaria acabará aceptando que estos deban de ser elaborados en el territorio nacional.
Nuestro modelo de gobernanza incluye diversos niveles de gobierno (nacional. autonómico y local) pero también muchas Entidades Sin Ánimo de Lucro y ONG’s así como multitud de empresas contratistas de servicios públicos que están demostrando ser esenciales en la lucha contra la pandemia. No sólo el personal sanitario en primera línea, ni el excepcional servicio de ambulancias, pues hay muchos más actores secundarios sin cuyo papel la película de la supervivencia terminaría mal. También aquello que tiene que ver con las contratas de limpieza, residuos o cementerio.
Decía el legendario alcalde de Nueva York, Fiorello LaGuardia, que no hay una forma demócrata o republicana de recoger la basura. Aceptar ese pulpo no me impide reconocer que una de las fortalezas de esta emergencia sanitaria no sólo han sido nuestros servicios públicos sino también el sector privado, nuestras empresas y sus trabajadores. Desde las cajeras de supermercado a los transportistas y repartidores; bien saben los lectores a que me refiero: a quienes mantienen el país al ralentí con su riesgo mientras los demás estamos en la trinchera. Gracias a todos ellos.
Con frecuencia estudiamos los problemas de nuestro sistema constitucional y debatimos sobre su reforma. También deberíamos considerar qué se está haciendo bien. Voy a apuntar mi opinión desde el encierro. Con independencia de la ideología o trayectoria política de cada uno, parece que nadie cuestiona seriamente la necesidad de acometer a nivel nacional la estrategia conjunta contra el grave problema sanitario que padecemos. No olvidemos que hay muchos virus, que mutan, renacen y siempre se presentarán sin avisar por algún lugar del planeta que seguramente está comunicado con el resto del mundo. Contamos con grandes profesionales, pero, como ahora ha quedado patente, el sistema de servicios públicos en su conjunto estaba en cuadro e infrafinanciado.
España es un modelo institucional complejo que incluye varios escalones con demasiadas oportunidades para que las cosas salgan mal. La Administración central mantuvo las competencias necesarias para combatir esta alarmante situación, pero son las Comunidades Autónomas las responsables de llevar a cabo la tarea asistencial de forma descentralizada y, se supone, más cercana a los ciudadanos.
Si las empresas están en recesión, que ojalá no sea profunda, no quiero pensar como quedarán los presupuestos públicos y los expedientes de gasto. Yo se lo adelanto: hechos unos zorros salvando vidas y así debe ser. Es la menor de nuestras preocupaciones actuales aunque mi experiencia me ha enseñado que, transcurridos unos meses, llegarán mis queridos auditores, con su insensible corazón de feldespato pidiendo papeles.
Nuestros procedimientos son muy garantistas, incluso en las emergencias. Los analistas explican que la rapidez en la construcción, equipamiento y puesta en servicio inmediatamente del hospital IFEMA en Madrid se debe a las excepcionales aportaciones en especie de cientos de solidarios mecenas. Una exitosa (¡ya!) iniciativa que acabará formando parte de los futuros programas académicos de las escuelas de gestión. La lectura de la página web de donaciones hace que me sienta orgulloso de mi país. Los profesionales y las empresas privadas, contratistas públicos o no, también son relevantes protagonistas en todo este lio. No sólo el ejercito o la policía ayudan a los médicos en esta tragedia.

El autoritario régimen chino logró con “su modelo” derrotar la pandemia en tres meses. Nuestra cultura y disciplina no son iguales. Pero el parte de guerra, después de tan dolorosa pérdida de vidas humanas, apunta un esperanzador achatamiento de la curva.
Si, amigos lectores, este combate frente a nuestro monstruoso enemigo la vamos a ganar desde casa. Me viene a la cabeza una canción de mi adolescencia en los años setenta: Viva la gente. Si, otro efecto del confinamiento. En su letra se decía “Gente de las ciudades y también del interior/la vi como un ejercito/cada vez mayor/y entonces me di cuenta de una gran realidad/las cosas son importantes/pero la gente lo es mas”.
Este artículo fue publicado en el diario La Nueva España
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Apreciadas y agradecidas lecciones.
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