Estas navidades tuve una larga conversación con un político al que hacía bastante tiempo que no veía. Se había marchado de Asturias hace unos años y, tras diversos avatares, comenzó una nueva vida en la política, nunca en un primer plano pero llena de interminables jornadas y casi siempre pegado al móvil, como pude comprobar durante nuestra comida, en que no paró de sonar. Al final tuvo que apagarlo y nos zampamos una ensalada, mientras recordábamos los viejos tiempos. Una conversación larga con un político quiere decir media hora, por muy buen amigo que sea.
La profesionalización del político ha tenido un cariz negativo en nuestra reciente historia; un cierto descrédito, reconocido en las encuestas como un problema prioritario, que oculta su cara amable, la dimensión humana que sin duda tiene la política y que exige ciertas dosis de altruismo y de vocación, como un misionero, pero también el talento, la ambición o la vanidad de un directivo bancario.
Nos recuerda el catedrático salmantino Manuel Alcántara (El oficio de político, Tecnos, 2012) que quienes se dedican esta tarea deben tener unas habilidades de las que carece la gente corriente. Su ocupación a tiempo completo es una consecuencia de la gran cantidad de contactos que el resto de los ciudadanos encontraríamos agotadora. Interactúan con gran número de personas, con un tono firme pero dando siempre una impresión de cercanía, de pasarlo bien encontrándose con ellos ¡Que hartazgo! Además, su agenda, repleta de nombres y citas, se intensifica con la proximidad electoral.
Nuestro Estado democrático y de derecho ha creado lo que se viene denominando la clase política, asentada en los partidos y en la consolidación de la carrera política, en un marco de apatía general de los ciudadanos para intervenir en lo público. Una trayectoria que tiene, como cada quisque, una entrada, un desarrollo institucional y una salida.
Muchos comienzan su actividad política por el ímpetu juvenil, que si no moderan, puede impedirles terminar sus estudios; algo de lo que se arrepentirán porque, un determinado día, las elecciones o las diversas sensibilidades internas del partido –ley de vida- sencillamente les apartarán. A los futbolistas les ocurre también, sin embargo, a diferencia de los políticos, saben con bastante certeza cuándo les llegará el retiro. Los políticos no. Esto nos lleva otra vez a mi amigo. En un momento de nuestra conversación me manifestó sus dudas porque estaba entregando los mejores años de su vida a una actividad con fecha de caducidad que la ciudadanía consideraba bajo sospecha. Yo le hice ver lo interesante que había sido su experiencia, máxime haciendo algo que le satisfacía plenamente.
Entonces, ¿qué hace distinta la profesionalización de la política de las demás ocupaciones? Los politólogos inciden en que se accede, más que por conocimiento o destreza demostrada, mediante factores como la ambición, la vinculación a un partido o el capital político con que se cuenta. Además, en muchos casos, la permanencia en el cargo no dependerá del nivel de productividad sino los equilibrios internos. Eso les hace ser percibidos, en ocasiones, como personas que se aferran al poder o a un sueldo (¿quién no?). El propio Max Weber fue pionero al señalar, hace ya un siglo, que la remuneración distingue a los políticos que viven para la política de los que viven de la política, cuando se convierte en su fuente exclusiva o principal de recursos y en su ámbito de especialización. Un futuro que aterraba a mi amigo, que se encontraba cerca del punto de no retorno a su anterior vida laboral.
Conocemos a través de los medios de comunicación que la vida política también está trenzada con sinsabores, horas hurtadas a la familia sin fines de semana, en un proceso de selección natural que pocos aguantan. Por suerte o por desgracia, los partidos cuentan con la mejor academia para aprender liderazgo: los aparatos de militancia, donde deben pelear paulatinamente para llegar a la cúspide en un competitivo escenario interno de gran rivalidad, plagado de zancadillas y de traiciones pero también supongo con lealtades y buenos momentos.
Se ha acusado a los partidos de cazadores de cargos, de cambiar por votos su programa electoral como una verdadera empresa en busca de “carga de trabajo” para mantener los aparatos. La actual generalización de exigir la pertenencia a la función pública para ocupar altos cargos directivos de la Administración imposibilita la aparición de advenedizos en esos niveles, ahora colonizados por una nueva clase funcionarial –pata negra– muy técnica, ideológicamente vinculada y que no deja de ser otro grupo de presión al fin.
Hoy, el político debe tener criterio en los principales temas de interés ciudadano, ya sea local, regional, nacional o europeo. Eso exige horas de estudio, análisis, así como equipos de asesores –reconozcámoslo- que proporcionen datos, información y criterios que orienten su comportamiento. ¿Qué opina del inminente Tratado de libre comercio Europa-USA? Pues que le impedirá denegar una licencia de fracking a una multinacional en su bucólica aldea y la posible sentencia anulatoria será papel mojado ante el caro arbitraje internacional ¡Uf! La cosa pública se ha complicado en todos los niveles, como para dejar los asuntos públicos en manos de aficionados. Los políticos importan.
Publicado en La Nueva España, el 31 de enero de 2015.

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