La misión de los auditores es comprobar las apariencias. Evidencian las operaciones, las propiedades y las valoraciones. Pertenecen a esa variada y amplia clase de profesionales que opinan (no me atrevo a decir garantizan) sobre la autenticidad de las cosas, en un mundo tan superficial y veloz, donde los referentes son tan necesarios.
Piense, por ejemplo que, en la actualidad, muchos balances de empresas descansan sobre un activo de inmuebles cuyo precio, el año en que se adquirió, puede ser muy superior al valor actual, cuya depreciación las coloca en un virtual desequilibrio patrimonial, cuando no en insolvencia técnica ¡Ah! … las valoraciones: un tema peliagudo. Pero no quería hablar hoy de ese tema.
Imagino a los auditores de Google ante la operación de adquisición del portal Youtube ¿Porqué ese precio? ¿Por la audiencia? Cada día cien millones de personas descargan sus videos. A diferencia de la Televisión, cuya audiencia se determina por el público que está frente al aparato en una franja horaria, el portal que cuelga los videos basa su valor en el conocimiento mundial y el uso generalizado de sus videos, capaz de generar negocio publicitario. Todo virtual y etéreo. Por cierto, soy incapaz de recordar ahora alguno de sus anuncios y eso que escucho su música con frecuencia.
Vivimos en la sociedad de la imagen, de lo intangible y de las actividades en masa. Se pretende que las cosas sean lo que parece notorio a millones de personas. Un terreno abonado para la picardía. Medio euro sisado a miles de usuarios es una fortuna.
Así, el engaño nocturno que practican algunas televisiones donde una mona presentadora embauca a su audiencia, supongo que entrañables e insomnes ancianas, en lo que parece un concurso donde se participa mediante una costosa llamada telefónica, para completar las letras de una palabra o acertar el número de patas de un animal. Aprovecho para denunciar aquí la reprochable moda implantada en la televisión donde el locutor de los partidos de fútbol pide enviar un mensaje a un número corto para participar en un sorteo entre la audiencia ¿Cómo hemos caído tan bajo en el servicio público?
Estamos en la frontera de la Economía canalla, término que populariza la economista y periodista Loretta Napoleoni, en su libro del mismo nombre (Paidós, 2008. 287 págs y 25€) para designar el conjunto de actividades no siempre delictivas o ilegales de nuestro mercado global. Son esas zonas grises de los negocios internacionales que intentan sacar tajada, sobre la tela de araña de las ilusiones del consumidor en un mundo de fantasía «construido sobre emergentes actores canalla».
Como reconoce la propia Loretta, aunque al final del proceso la globalización en sí llegará a ser positiva, «en la transición hacia ese nuevo modelo florece la economía canalla, porque los poderes públicos son incapaces de regular un cambio tan rápido y profundo«. En la sociedad de mercado global en la que vivimos, los consumidores, y no los gobiernos, son el elemento clave (ver entrevista).
Hoy mismo Enrique Dans denuncia que algunos cartuchos de tinta de muchas impresoras están programados para un número determinado de usos, enviando al ordenador la señal de “tinta agotada”, que obliga al usuario a insertar uno nuevo y a tirar un cartucho todavía parcialmente lleno. Parece que esta vacío …
La globalización moderniza los engaños y los deja sin el tono personal. Para timos los de antes, como recordaba en 2004 Miguel Bardem en la película “Incautos”. Aquél Capitán Timo, ofreciendo suculentos contratos del Ministerio de Defensa, cuidando las apariencias en coche con banderin y cuatro falsos guardaespaldas. O como el intrépido Victor Lustig, el mayor embaucador de todos los tiempos que, al leer en un periódico los problemas financieros del ayuntamiento parisino y los elevados gastos de mantenimiento de la Torre Eiffel, aparentando ser funcionario, convocó en 1925, un concurso restringido (hoy llamaríamos procedimiento dinámico) a seis industriales franceses, citados bajo la misma torre para venderla desguazada en piezas. La puja fue ganada por el chatarrero André Poisson, que también pasa a la historia al costear al célebre timador vivir en Viena como un duque durante varios años.? Sin embargo, la paternidad de la Torre debería ser adjudicada a dos ingenieros de su estudio, cuyos bocetos deslumbraron a Eiffel, que indemnizó a sus colaboradores y presentó como suya. Era un listín, que después sedujo al ministro de Industria para convocar un concurso al que se presentaron 107 proyectos y que ganó él mismo.

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