
Hasta bien entrado el siglo XVIII, para ser conserje y encuadernador del Tribunal de Cuentas de París se exigía NO saber leer ni escribir. Así se evitaba que cayeran en la tentación saber o hablar más de la cuenta. Era época de requisitos expeditivos y no era preciso justificar ninguna de las medidas Reales.
La sociedad moderna nos regaló los medios de comunicación y la libertad de prensa. Durante los años setenta y ochenta, sesudos periodistas eran capaces de dedicar semanas a investigar y hasta mimar un tema para llegar a descubrir un Watergate, que forzaría la dimisión del presidente de la nación más poderosa del mundo. Se perfeccionaba el periodismo de investigación. Se azuzaba el ingenio. Se comprobaban las fuentes y se confirmaban las noticias.
Durante el seminario de fiscalización de 2007, en Formigal, Encarna Samitier, gran conferenciante y periodista del Heraldo de Aragón, recordó su primera experiencia como intrépida y joven reportera. Había recibido el soplo (luego hablaremos de los soplos) de que decenas de cadetes de la Escuela Militar estaban enfermos. En una capital de provincias, eso era noticia, pero había que confirmarla para sacarla en primera plana. Tras horas de estrellarse con el muro de los jefes de prensa del ejército, urdió la idea de hacerse pasar por la madre de un enfermo, llamando al médico de guardia, con algo así:
– Buenas soy la madre de Pedro Pérez y me han dicho que ha habido una intoxicación …
– ¿Cómo dice que se llana? Pues no está en la lista afectados …
con lo cual quedó comprobado el chivatazo y se apuntó la primera muesca del revolver. Después vendrían muchas más.
Hoy, gran parte de la labor de investigación periodística la hacen unos chicos con un blog o un obstinado que busca justicia o venganza. Nada hay más enérgico que un ciudadano cabreado por una injusticia. Ya hemos hablado en esta bitácora de la extraordinaria película “El dilema” donde se trata y retratan las miserias de los medios de comunicación y las presiones a un hombre honesto. También quiero recordar la reciente película “Flash of Genius” (2008) que narra la historia real de la lucha de Robert Kearns contra la industria automovilística estadounidense por la paternidad del invento del limpiaparabrisas. Y puede con ella, aunque queme su vida.
Pero volvamos al periodista que atiende tantos frentes a la vez: lo mismo a un científico que una rueda de prensa del alcalde. Incluso se habla de la muerte del periódico clásico ¿Cómo y cuando hacer periodismo de investigación? Sencillamente esperando que una filtración interesada ilumine una jornada laboral dedicada a las anécdotas. Suena crudo para los esforzados y precarios profesionales pero es así. No vean desdeño en mi afirmación, pues sin esas filtraciones el delincuente Roldán hubiese sido Ministro del Interior y quizás nunca hubiéramos conocido cuán gran chorizo era. O la gripe porcina que fue desvelada por un periódico mexicano, mientras las autoridades pensaban como taparlo (un seguidor de la bitácora me ha dado este soplo).
Por el contrario, en el museo de los horrores de las filtraciones encontramos a un miembro del gabinete de G.W. Bush que consiguió que un periódico norteamericano delatase como espía de la CIA a la esposa de un honrado diplomático que negó la existencia de Armas de destrucción masiva. Entiendo que la obligación de un periodista es asumir el reto, aun sabiendo que es utilizado en alguna venganza inconfesable.
Las más de las veces, se tiene el cuidado de matizar que la filtración viene “del entorno de fulano” porque, con frecuencia utilizan una persona intermedia o consienten la actividad de un colaborador cercano. Incluso se habla de ciertas claves profesionales para, sin descubrir al sujeto filtrante, mencionarle siempre en la información aunque sea de pasada: hay toda un libro de estilo de las filtraciones, que suelen percibir los buenos periodistas.
Así, con demasiada frecuencia, una mano mece la cuna filtrando alguna noticia a un medio afín. Con seguridad, tal generosidad será recompensada con un tratamiento de la noticia favorable a los intereses de quien revela los secretos. La ciudadanía suele atribuir la filtración al principal beneficiario de la tropelía. Pero no siempre está claro el beneficiario aunque siempre es diáfano quien es el perjudicado. Y entre ellos, la principal perjudicada es la Institución cuyo secreto se viola. En los últimos meses ha sido común ver en la prensa español sumarios declarados secretos. La Audiencia Nacional y el Juez Garzón han sido los máximos dañados en su prestigio; para mi: más que los aludidos en el caso.
En los órganos de control, estas filtraciones de informes suelen cumplir la misión de anticipar a sus lectores, en rigurosa exclusiva, un documento que en unos días estaría disponible a cualquiera. Lo más indignante se presenta cuando el fiscalizado se entera del informe por los medios. De ahí la importancia de la política de comunicación y de los gabinetes de prensa en los Tribunales de Cuentas, que deben lidiar con los intrépidos reporteros y redactar o explicar las notas de prensa sobre los informes de fiscalización, que a nadie interesan salvo que permitan dejar en evidencia a algún personaje público. Para eso contarán con la eficaz colaboración de un político rival que se hará milagrosamente con el informe ¿Cómo?
La mayoría de las veces (yo diría todas) la filtración, al exigir la colaboración imprescindible de algún/a canalla emboscado/a, sólo sirve para desprestigiar la propia Institución fiscalizadora, deslegitimando sus informes, pasados, presentes y (esto es importante) futuros. Es la que hoy traemos a la bitácora. Nuestras actas, secretas, expuestas en la plaza pública. Es muy duro y eso explica mi silencio de estos días, que muchos ya me habéis hecho notar. Esperemos retomar el espíritu blogero.
Una versión de este artículo fue publicada en La Nueva España, el 17 de junio de 2009.

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