
Desde hace una docena de años, la ciudad de Guarda (Portugal) suele acoger un curso de verano compartido entre las Universidades de Coimbra y Salamanca. Se trata de una actividad del Centro de Estudos Ibéricos, donde las charlas (“palestras”) son presentadas en castellano y portugués, indistintamente. Diríase que el equilibrio está presente en todas sus actividades, desde la lengua a la procedencia de los ponentes. Ese espíritu ibérico, transfronterizo y fraternal, que promueve una ciudad equidistante de los dos campus más antiguos de nuestra península, incluye, junto al aula –con su aire acondicionado- un trabajo “de campo” que durante las horas más duras de la canícula, lleva a los alumnos por castillos, fortalezas centros de interpretación o dehesas. Al frente, y en una forma física envidiable, el catedrático de la facultad de Geografía, Valentín Cabero Diéguez; cual sargento de su época del servicio militar -hace casi medio siglo- arenga ahora en la frontera a una tropa de doctorandos, profesores de instituto, alumnos en busca de créditos académicos o burócratas –como yo- consiguiendo cada año la inolvidable experiencia del estío.
Esta edición tenía un interés especial pues Valentín Cabero cumple 70 años. Todos sabíamos lo que eso significa. Nadie hablaba de ello; nadie preguntó si el próximo año seguiríamos aprendiendo de este veterano catedrático, tan enérgico y exigente como generoso. Es el profesor que siempre está disponible, por muy intransitable que sea su agenda académica, director de docenas de tesis, emprendedor de innumerables proyectos y maestro de cientos de estudiantes, en sus cuarenta años de docencia.
Hace unos días, durante la última “etapa” del programa en Las Arribes Valentín nos llevó (tras visitar el Arte Rupestre de Siega Verde) al Castro de las Merchanas, en pleno territorio Vetón. Tras andar un par de kilómetros por esa maravilla arqueológica, El veterano maestro sentó a la disciplinada y jadeante tropa a la sombra y después de hacernos sentir el paisaje, la historia, las guerras o la economía de la frontera, procedió a la entrega de los diplomas del veraniego curso. Acto solemne donde los haya: en medio de las encinas, junto a la raya, en plena ola de calor, al lado de una milenaria fortificación fuimos llamados uno a uno, como podéis ver en la foto adjunta. Sin permitirse la más mínima flaqueza física o emocional ante su jubilación, Valentín clausuró el curso de verano. Nadie preguntó nada inoportuno. Tampoco le felicitamos. Los más atrevidos le dimos un abrazo sin explicar las razones; la mayoría sabíamos que era un fin de ciclo, pero habrá otros.

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