
A principios de la década pasada se descubrió a un ciudadano que no había terminado su licenciatura, pero había falsificado el título y ejercía de profesor en una importante universidad pública española. Lo que más enfurecía a sus atónitos colegas era la notable puntuación que obtenía, año tras año, en la encuesta de evaluación por los alumnos de su asignatura, que ni siquiera había llegado a aprobar cuando era estudiante.
El asunto me ha venido a la memoria tras la noticia de la detención de 27 personas y la intervención de dos academias que, por 18.000 euros, ofrecían títulos universitarios falsos, supuestamente emitidos por universidades peruanas. Incluso el Ministerio reconoció que había homologado alguno. Sus titulares ejercían como médicos o abogados.
También hemos sabido esta semana que un timador había sido detenido por la Policía italiana, haciéndose pasar por falso Delegado del Gobierno e intentando vender la sede de la Organización de la ONU para la Agricultura y la Alimentación (FAO) y la embajada de Estados Unidos en Roma.
Desde luego: ¡que peligro tienen algunos! Lo más increíble es que el sujeto ya había logrado vender a una agencia inmobiliaria de Mónaco dos grandes centros comerciales italianos y había percibido un adelanto de 650.000 euros. Un timo similar a la conocida venta del la Torre Eiffel, de la que ya nos hemos reído en otra entrada, donde recordábamos que la misión de lo auditores es comprobar las apariencias, evidenciar las operaciones, las propiedades y las valoraciones.
Los seres humanos presentamos una cierta tendencia a considerar los hechos ocurridos mucho más probables y previsibles de lo que eran. Manuel Conthe ha ilustrado en un brillante artículo ese «sesgo retrospectivo«, que los historiadores llaman la «falacia del presentismo». Una vez ocurrido el suceso, nos parecerá muy burda la imitación, que con anterioridad no despertó nuestras sospechas.
Una versión de este artículo fue publicada en el diario La Nueva España, el 9 de diciembre de 2008.




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