
No habían transcurrido ni cinco horas desde la concesión del premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades a las revistas Nature y Science, cuando entré en la wikipedia a través de Internet y ¡oh, sorpresa!, ese galardón ya formaba parte de la reseña enciclopédica de ambos nombres.
Algún generoso desconocido había actualizado ambos términos, casi en tiempo real. Es el fenómeno wiki, el prodigio de la colaboración desinteresada. La gente es capaz de dedicar algo de su tiempo a facilitar las cosas a los demás y la wikipedia es el ejemplo palmario, donde puede encontrarse todo. La agregación de muchas pequeñas contribuciones da lugar a un formidable bien público global que transciende las fronteras y las generaciones.
La teoría económica liberal afirma que “cuando hay armonía, la cooperación no es necesaria”. Sin embargo, hemos presentado en esta bitácora la “Wikinomía”, sector donde los usuarios se organizan para crear sus propios artículos, forman comunidades virtuales de “prosumidores” que comparten información, intercambian herramientas o ciencia.
Sus seguidores consideran que su departamento de I+D es el mundo en general y cada universidad pública, en particular: ¡Que gran frase! Los líderes de la economía digital diseñan y ajustan los productos con sus clientes que crean la mayor parte del valor.
Ahora, los científicos pueden reinventar la ciencia gracias a la apertura del código fuente de sus datos y métodos, ofreciendo participar a cualquiera, experto o iniciado. No es una utopía. Tienen importantes proyectos en marcha. Como www.plos.org que se enfrenta al oligopolio de los grandes editores y distribuidores.
Que las revistas científicas son caras lo supone todo el mundo. Pero pocos saben que una suscripción institucional es mucho más cara. Con independencia de las razones que llevaron a la escalada de precios, iniciada en los años 70, lo cierto es que las suscripciones personales de los científicos comenzaron a declinar y, por consiguiente, los ingresos de los editores y distribuidores de la época. La reacción fue aumentar los precios a las bibliotecas, que comenzaron, en primer lugar a cancelar las suscripciones duplicadas y, más tarde, las revistas costosas poco consultadas, lo que llevó a las universidades a depender del préstamo.
Ante esa disminución de los ingresos, los editores elevaron aún más los precios de las suscripciones oficiales, con cierto éxito, pues la demanda institucional de revistas es considerablemente más rígida que la personal y de tres a diez veces más cara.
Las Universidades, los hospitales o los centros de investigación se gastan millones de euros en licencias para el acceso a los textos de esas revistas digitales, lo que está impulsando la creación de consorcios bibliotecarios. Para el año 2008, está en el aire un importantísimo proyecto: la constitución de la Biblioteca Electrónica de Ciencia y Tecnología, costeada por la Administración del Estado, en una tercera parte, y el resto por el conjunto de las Universidades, para que sus profesores e investigadores accedan libremente a los contenidos, desde el mismo momento de su publicación.
En definitiva: dos tendencias contrapuestas. No me atrevo a llamarlas modelos de negocio. Una que se inicia, para aprovechar la red y trabajar en entornos de colaboración, con descarga y copia libre. Y otra, que se mantiene desde el siglo XIX, proveniente de la “cultura del papel”: entre 10 y 30 dólares por artículo. No tengo duda de qué modelo se impondrá en los próximos años. Por eso, el homenaje a las prestigiosas revistas Nature y Science, al que respetuosamente me sumo porque emiten ciencia todos los días desde potentes plataformas web, hay que verlo en términos de pasado y no del futuro deseable.
Es una paradoja que, hoy en día, casi toda la ciencia publicada esté financiada por cuantiosos fondos públicos y necesite “pagar el peaje” de editores comerciales para su divulgación internacional. No faltará quien lo justifique porque el acceso libre al conocimiento devaluaría los procesos de selección y evaluación previos de los artículos científicos. No sé por qué debería ser así y no al contrario. El incremento de la visibilidad pública no impide que exista una valoración previa, justa y ponderada.
Frente a todo esto, el ruso Grigori Perelman, tras resolver uno de los siete enigmas del milenio (“la conjetura de Poincaré”) rehusó, hace unos meses, la prestigiosa medalla Fields (equivalente al Nobel de matemáticas) y rechazó el millón de dólares que le ofreció el Instituto Clay de Massachusetts. ¿Dónde creen que publicó su trabajo? Sencillamente, colgó su demostración en una página Internet, sin que ningún colega haya encontrado un error, hasta la fecha. Miradlo en la foto, tan feliz.
Una versión de este artículo fue publicada en el diario La Nueva España, el 10 de julio de 2007.

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