Mas de un lector pensara que el título de esta entrada es generoso al utilizar el singular. Los patrocinios y el mecenazgo, el papel activo de las asociaciones de antiguos alumnos o las incubadoras de empresas reclamarían su espacio entre la negrita, pero serían demasiados frentes -quizás todos vinculados- y perdemos la fuerza del mensaje inicial.
El asunto viene a cuento porque participaba hace unos días en la Comisión de ayudas al deporte de la Universidad de Oviedo, en representación del Consejo Social. En los prolegómenos bromeaba con Javier Fernández Río, Director del área de deporte y salud en nuestra institución académica, por qué en EEUU ésta era una de las partes más importantes del presupuesto. Los cursos académicos allí se inauguran en abarrotados y modernos estadios (aquí en vetustos paraninfos), desfilan orgullosos en chándal institucional cientos de sus mejores atletas (aquí nuestro envejecido claustro de doctores) y todo el mundo conoce a las estrellas de los equipos de las ligas universitarias. Si no: miren el recuerdo de Harvard este mes a su equipo de rugby, cuarenta años después de ganar el campeonato nacional.
Hay muchas diferencias con los campus norteamericanos. Ya se que no se pueden comparar realidades tan dispares porque allí el deporte universitario se protege, cuida y potencia porque las universidades son los equipos filiales del deporte profesional y consideran el deporte de competición elemento esencial de la formación de los jóvenes, una preparación fundamental para comerse el mundo al que saldrán el día que se gradúen. Es más, en las entrevistas de trabajo puede que no se coma una rosca si reconoce que no participó en estas iniciativas.
En España, al igual que en Europa, todas las universidades públicas ponen a disposición de la comunidad universitaria (estudiantes, personal docente y no docente) el acceso a sus instalaciones deportivas como forma de promoción de hábitos saludables. Obligación impuesta desde la legislación reguladora de la educación superior, por los valores y beneficios de la actividad física (fisiológicos, psicológicos, sociales …) que conlleva unos espacios mínimos y la organización regular de actividades de todo tipo y entre ellas, las competiciones.
El reciente informe de la Fundación CYD, Universidades socialmente comprometidas: ¿cuál es su papel ante los retos sociales?, analiza ese compromiso la promoción del deporte. Según sus datos, durante 2024 unos 125.000 estudiantes están participando en competiciones en España. De estos, unos 11.000 participan en certámenes oficiales de alto nivel, y algunos de ellos en eventos internacionales como los Juegos Universitarios Europeos o incluso en las Olimpiadas.
Sin embargo, el joven universitario que tiene una vida deportiva de éxito se encuentra con problemas para compatibilizar sus estudios. Bea Ortiz, ganadora de una medalla de oro con la selección española de waterpolo en los Juegos Olímpicos de París, nos acercaba en el blog de la Fundación CyD a su realidad académica (Grado de Comunicación en Cataluña) y sus dificultades que va sorteando gracias a un trato personalizado.
No todo es dinero. Los estudiantes universitarios pueden solicitar reconocimiento de créditos académicos por las actividades deportivas. Esto ya supuso un gran avance. Si además son considerados de Alto Nivel se facilita el acceso, seguimiento y finalización de sus estudios. Así, el Reglamento de 25-5-2022 establece para ellos todo un logro: la asignación del profesor-tutor que tramitará en el caso que sea necesario, las solicitudes relativas a cambios de horarios, grupos, tutorías y exámenes que sean precisos para hacer compatibles los estudios con el entrenamiento diario, la competición y las concentraciones fuera de la residencia habitual.
La visión de esta cuestión desde la universidad ha evolucionado en los últimos 30 años. Así, David Recuero, Maestro Internacional de ajedrez en la etapa de estudiante de la Universidad de Oviedo -y uno de nuestros mejores expedientes 2013 que trabaja ahora en EEUU para el Banco Mundial- me reconocía que “la etapa universitaria no fue precisamente mi mejor etapa deportiva, diría que a partir de ahí mis resultados cayeron bastante”. Es triste porque entonces alguna de sus partidas (¡a los 15 años!) se citan como joyas de la historia del ajedrez. Lo cierto es que no se puede dar el máximo rendimiento en ambos caminos y hay que optar. A setas o a Rolex. Aquí nunca mejor dicho.
(Con retraso mi homenaje en el Día del deporte universitario celebrado cada 20 de septiembre)
Publicado en La Nueva España



Gracias por comentar con el fin de mejorar