
Un buen amigo envió a su hijo de quince años a cursar el año académico a un Instituto de enseñanza secundaria en Dublín. Una iniciativa que realizan ya miles de estudiantes en toda España, para garantizar un futuro dominio del inglés y avanzar en el crecimiento personal, además de convivir con una familia irlandesa. Cuando le pregunté como llevaba la experiencia me comentó su principal sorpresa: el plan de estudios allí conlleva trabajar una tarde a la semana en alguna actividad, eso sí, bien tutelada por el Instituto. Así, que en el supermercado se estrenó nuestro protagonista, ayudando a los mayores y realizando algunas tareas menores pero enriquecedoras a esa edad.
La anécdota me hizo reflexionar sobre la importancia de la cultura del trabajo, en un momento que nuestros empresarios y emprendedores se quejan de las dificultades para contratar personas. Así, nuestra tasa de actividad (porcentaje de personas en edad de trabajar empleadas o buscando activamente empleo) es muy inferior a la irlandesa: En 2023, España 58%; Irlanda 66%.
Aquí enfrentamos una contradicción que el ciudadano de a pie no comprende: tenemos una tasa de desempleo juvenil del 26,6% (Encuesta de Población Activa del segundo trimestre de 2024 con cinco puntos más en Asturias) pero muchos sectores económicos se ven obligados a contratar en otros países trabajadores de la construcción, el campo, la hostelería, la dependencia o el transporte. Sí, el paro joven es nuestro principal problema estructural. También lo es nuestra tasa de jóvenes de 16 a 24 años que ni cursan estudios ni están empleados (NINIS) situado en el 11%.
Hay toda una creciente línea de investigación sobre el fenómeno de la falta de interés laboral de los jóvenes que puede llegar a la apatía persistente hacia el trabajo. La justifican por la creciente competencia y la falta de empleo estable, así como la influencia de la tecnología y la era digital o la cultura de la instantaneidad y la gratificación inmediata que obvian la dedicación y el esfuerzo. Los bajos salarios impiden la emancipación y tampoco animan a empezar una trayectoria profesional.

La cuestión es tan grave que acabaremos viendo discriminación positiva en la diversidad de edades, para favorecer la juventud como se hace con la igualdad de género. La realidad es que vas a cualquier oficina o empresa y no hay jóvenes. El estudio presentado hace unas semanas por el Banco de España constata la disminución del porcentaje del empleo joven en las compañías, que han pasado en unas pocas décadas de representar la mitad de las plantillas a ser sólo la cuarta parte. Anticipa un lastre en la productividad del empleo español durante las próximas décadas.

Hay sectores donde se percibe una alarmante falta de relevo generacional. El campo, por ejemplo. Es cierto que una explotación agraria es una empresa exigente y compleja que involucra a toda la familia, desde la más tierna infancia. Charlabamos de estas cosas durante las fiestas de San Roque de Tineo, con Cesar Castaño el popular ferreiro de ese concejo. Él trabaja con las manos (también bateando el oro en Navelgas, sede del campeonato mundial del asunto en 2025) y me reconocía la imposibilidad de encontrar un cantero de piedra -tan importante en la comunidad rural- o un buen carpintero. Hasta los esquiladores de ovejas vienen de Uruguay y pasaron a la historia, durante la pandemia, por el Boeing 787 que fletaron diez empresas pagando medio millón de euros para traer 251 esquiladores.

Mientras tanto, los jóvenes españoles tardan cada vez más en entrar en el mercado de trabajo. Hay causas muy diversas, pero estarán conmigo en que las familias les animamos poco a empezar. Incluso propiciamos cierta sobreformación porque entendemos que estas experiencias pueden despistarles. Gran error. También se intuye que prefieren el trabajo puramente intelectual frente al físico. La escasez de buenos profesionales en sectores de la fontanería o la albañilería es clamorosa. Si tienes la desgracia de precisarlos por una emergencia, tu aseguradora fácilmente te mandará un aficionado que además no habla castellano ¿Qué hace un joven ahora que no se prepara en esos sectores donde se trabaja con las manos? Y la inteligencia, claro que ya no se necesita fuerza. Puede cobrar lo que quiera, si es relativamente bueno. Y eso no le impide ser poeta o violinista ni estimular el pensamiento crítico. Hace años que los encargados de obra, sin estudios universitarios, cobran más que un arquitecto.
Además, si nuestro joven tiene la suerte de poseer el gen emprendedor y organiza un equipo, puede montar una sociedad y facturar más que muchísimos otros profesionales de cuello blanco. No hace falta descubrir la pólvora: en la Formación Profesional de grado medio hay especialidades (carrocería, mantenimiento electromecánico, instalaciones frigoríficas o de calefacción, etc ) donde todos sus estudiantes tienen empleabilidad inmediata.

No debemos olvidar que el niño que nace hoy, o el extranjero que llega a nuestro país, se encuentra con un Estado organizado y dotado de servicios e infraestructuras públicas y privadas, que han sido fruto del esfuerzo de nuestros padres, abuelos y tatarabuelos, por lo que la cadena debe seguir, pagar lo que tenemos y debemos para entregar a la nueva generación algo mejor. Vivir en España no es una fiesta con todo incluido, sino un lujo del que todos y cada uno, jóvenes y mayores deberemos mantener con cultura de trabajo, que debe formar parte del aprendizaje de los chavales, como se inclulca en tantos países europeos.
En fin, de mi adolescente bachiller recuerdo que durante el viaje de estudios mi hermano y yo conocimos a dos murcianas. Para visitarlas en el verano trabajamos un mes de peones en la construcción. Les puedo asegurar que fue todo un aprendizaje, nada extraño en esa época. Llegamos a la misma meta que los irlandeses, pero con una sobremotivación más latina. De los amores estivales también se extraen valiosas lecciones, pero esa es otra historia.
Publicado en el diario La Nueva España



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