Todas las vacaciones estivales, el juez Chaves destina las calurosas tardes a iniciar la escritura de un libro, que pulirá durante el otoño y entregará a la editorial con la llegada del invierno. El año pasado fue “Derecho administrativo mínimo”: un viaje fascinante y lúcido por conceptos, categorías, institutos de esta rama jurídica donde aportaba su experiencia como letrado público, profesor universitario y magistrado.
El anterior verano publicó “Ser funcionario en tiempos difíciles”, que define como un manual de desactivación de explosivos, contándole directamente al lector todo lo aprendido durante su docena de trienios al servicio de la Administración. En 2018 nos sorprendió con “El arte de la guerra en la justicia administrativa”, un ensayo que une la referencia a la anécdota bélica con la estrategia, la táctica y las habilidades del abogado en la justicia administrativa.
Aunque quedan más, termino con el magnífico “Vademécum de oposiciones y concursos” del 2017, donde sistematiza los criterios jurisprudenciales de control, promovidos desde la Sala de lo Contencioso-administrativo del Tribunal Supremo, que ha velado por la igualdad, imparcialidad y la sana competitividad en el empleo público, recortando la todopoderosa discrecionalidad técnica.
En realidad, todos ellos fueron una disculpa, un simple peldaño en su camino para llegar a escribir esta joya que hoy traemos a la bitácora, una obra madura que rezuma sabiduría y experiencia: “Cómo piensa un juez”. Un atrevido y generoso trabajo donde el magistrado nos abre su mente jurídica. El rector salmantino, Ricardo Rivero, destaca de él, la capacidad para resumir cuestiones procesales de gran trascendencia, que le permite transmitir todo lo que el abogado debe saber, al menos si quiere ganar los pleitos.
Chaves es un creador y necesita afrontar constantemente retos nuevos (y más difíciles). Por eso ingresó en la carrera judicial, porque cada caso, como las partidas de ajedrez, son distintas. Como lo son sus artículos dominicales en el diario asturiano La Nueva España o el centenar de colaboraciones en revistas. Lo apunto porque ningún convencimiento encuentra mi insistencia en la necesidad de ir efectuando revisiones y actualizaciones de anteriores libros
Su último libro es claro y sutil a la vez. Aporta momentos brillantes, con citas geniales de todos los ámbitos científicos y de las que se puede extraer alguna conclusión útil para el mundo jurídico y otros donde uno puede reírse a carcajadas. También profundizar en las grandes construcciones jurídicas. El estilo de Chaves, bregado durante tres lustros en un blog jurídico que todas las mañanas leen miles de abogados y funcionarios, es cercano, transparente en sus reflexiones, algo nada habitual en el mundo judicial. A sus seguidores les encanta que corra tantos riesgos y que sea tan directo. A mi, como amigo, me ha tocado algunas veces hacer de poli malo y sugerirle dulcificar u omitir algún párrafo demasiado transparente. No siempre me ha hecho caso.

Me consta que el autor disfruta más con los escritos divulgativos que desarrollan las grandes construcciones jurídicas. Con frecuencia busca un acercamiento entre el mundo del derecho y la realidad cotidiana. En esta obra lo logra más que nunca. Hay que ser muy buen jurista para hacerlo. También hay que ser un buen comunicador porque Chaves no se dirige solo a sus colegas magistrados o a la abogacía sino a todo el mundo funcionarial. ¿Cómo consigue encandilar a audiencias tan distintas?
Les pongo un ejemplo de su estilo. En la página 389 nos dice: “El juez aborda la elaboración de una sentencia con su mente, la experiencia y ese amigo discreto que es la intuición (…) Una confesión curiosa de los compañeros magistrados, a modo de desahogo personal, es que frecuentemente se encuentran en un callejón sin salida. Asuntos que admiten tanto la estimación como la desestimación, en ambos casos razonada en derecho. Son los asuntos Match Point que es el punto decisivo …” y a partir de ahí razona como se resuelven. En la página 200 nos descubre los sesgos del juez, como seres humanos que son. Incluso no elude comentarlos, como el efecto halo o predisposición a valorar a una persona por alguna característica positiva o negativa. Tampoco rehúye revelar las fórmulas para evitarlo (que llama “cortafuegos”) y las explica, partiendo de la condición humana del juzgador. Una simple lectura del detallado índice del libro ya engancha al lector porque sus originales titulares, con un estilo muy personal, presentan un centenar de cuestiones cada cual más atrayente.
Durante la presentación del libro, esta misma semana, el autor hizo un repaso de algunas partes del libro y nos habló de las cinco zonas “borrosas” entre las que debe moverse el juez para resolver los litigios. A saber: las arenas movedizas de los hechos, la liquidez del derecho (vg: la interpretación), la insoportable levedad de decidir las cuestiones procesales, el discurso lógico y por último, cuando el juez rompe el molde (“decisiones arriesgadas”). Una aproximación pedagógica donde Chaves sigue la recomendación atribuida a Einstein que citaba a un viejo matemático francés, cuando afirmaba que «una teoría matemática no está completa hasta que se la puedas explicar a la primera persona que pase por la calle». Claridad y empatía que utiliza este magistrado en sus propias sentencias y, como ejemplo, cita a Lord Neuberger que pedía a las resoluciones judiciales su comprensión “a quienes no son abogados pero si razonablemente inteligentes”.
Concluimos esta breve reseña constatando que el autor ha leído mucho. Quizás todo lo que se ha escrito relevante para el análisis científico de las decisiones judiciales, tanto central como colateral, tanto sustantivo como adjetivo. Sin embargo, lo mejor de la obra -insisto- es que esta plagado de ideas propias y de esos 20 años de experiencia judicial, aderezado por casi otros tantos como alto funcionario de la Administración. Un lujo.