Cómo detectar a un verdadero sabio o las leyes (universales) de la corrupción

Hoy he participado en la presentación del último libro José Antonio Fernández Ajenjo. El autor estuvo arropado en un entrañable acto por el Rector de la Universidad de Salamanca, Ricardo Rivero, por el director del Centro de Investigación para la Gobernanza Global (CIGG), Nicolás Rodríguez y por el magistrado José Ramón Chaves. En la facultad de derecho donde leyó su tesis doctoral -hace ya diez años- hoy pudo escuchar los elogios de su última obra “Las leyes de la corrupción y ejemplaridad pública” (Editorial Amarante, 30 euros).

El doctor Fernández Ajenjo es funcionario de la IGAE, destinado en el Servicio Nacional de Coordinación Antifraude, y uno de los mejores conocedores del fenómeno corrupto, tanto desde el punto de vista doctrinal como profesional. Recuerdo que siendo yo Vicegerente de la Universidad de Salamanca (hace ya dos décadas de eso) le pedí que impartiera unos cursos de las normas técnicas de auditoría para mis compañeros fiscalizadores de las universidades públicas. Ya entonces era un profesional reconocido, hasta el punto de ser el designado por la IGAE, a quien acudí en auxilio para la docencia de un tema tan difícil. Después, le presenté al director del curso de doctorado que yo mismo hacía entonces, denominado “Aspectos jurídicos y económicos de la corrupción”, Nicolás Rodríguez que también nos acompaña. Nicolás le inoculó el interés por ese tema y, desde entonces no ha parado.

Como ven, estoy aquí por méritos propios.

Unos años después, el joven profesor Rivero –aquí presente hoy como rector– dirigió su tesis. Un trabajo que fue considerado por el Tribunal de Cuentas Europeo merecedor del premio del año 2011 a la investigación en auditoría del sector público -que lleva el nombre de Jesús Lázaro Cuenca- que compartió la doctora francesa Sara Belleil. El galardón consiste en una medalla conmemorativa, que está muy bien, y con 5.000 euros, que está mejor. ¡Luchar contra la corrupción es rentable!

De esta unión del deber y la pasión de José Antonio han salido frecuentes publicaciones, exquisitas conferencias y cómo no: libros. El que nos ha regalado hoy es una obra que rezuma sabiduría en cualquier capítulo. Y juiciosa reflexión. A estas alturas de mi periplo vital ya se distinguir quien aporta más que datos, información y conocimiento. Los funcionarios les necesitamos para sobrevivir en la maraña administrativa, no nos equivoquemos. Agradecemos quien nos orienta con jurisprudencia, con interpretaciones legales en la normativa cambiante, quien nos avisa raudo de un problema legal o analiza un concepto jurídico.

Pero sabios, lo que se dice sabios… pocos.

Les doy una pista para detectarlos: comienzan mencionando a Aristóteles o Platón. Hasta ahí poca orientación, ya lo sé. Menos frecuente es hablar de axiología. Empiezas a sospechar que has encontrado uno cuando sus escritos te saben a poco. Quieres más. Y lo que ya evidencia que estamos ante un verdadero sabio es cuando te das cuenta que no ha citado ni un solo artículo legal ni prolijas sentencias judiciales, lo cual es bastante infrecuente en nuestro sistema jurídico continental. Si además, sus libros son cortos -pongamos que no pasan de las 200 páginas- contando muchas experiencias pero sin pies de página, estamos ante un verdadero sabio… de su disciplina.

Hay que tener cuidado con esos sabios porque en la vida real son distraídos, olvidadizos y pueden ser algo pelmazos. Son sabios en lo que valen.

Dicen que la sabiduría requiere inteligencia (que ahora parece estar sobrevalorada) pero también una capacidad de desarrollar un juicio correcto sobre la esencia de la condición humana. Eso exige análisis crítico, experiencia… tiempo de reflexión, en definitiva.

Leyendo la obra del doctor Fernández Ajenjo he tenido la sensación de estar ante una persona que ha desarrollado esas virtudes y nos entrega reflexiones muy elaboradas, sencillas (una característica, esta, de los verdaderos sabios) y brillantes, en muchos casos.

Se trata de un texto corto pero maduro, cuyo contenido ya fue avanzado en esta bitácora con ocasión del encuentro salmantino anticorrupción del pasado febrero, donde nos lo trajo calentito.

El sistema partitocrático ha permitido el funcionamiento de una red clientelar a nivel autonómico y local.

Así, construye y describe la corrupción, como fenómeno social que es, en base a unas leyes que rigen su nacimiento, desarrollo y extinción, que glosarán mis compañeros de mesa, sin duda. En primer lugar, la “ley de la tendencia al abuso de poder” con la natural inclinación del gobernante comprobada históricamente. Continúa con la “ley de la historicidad de la degeneración del poder” y termina con la “ley de la buena conciencia ante la responsabilidad” como solución.

Encuentro algo de pesimismo en el texto, cuando presenta la situación española de gobiernos y partidos políticos. También una cierta nostalgia de la transición y de sus hombres de Estado así como de sus altos funcionarios “de Estado”.

Les confieso que solo he leído esta obra una vez y de carrerilla un lluvioso fin de semana completo, donde me quedaba ensimismado cavilando. El lector encontrará, como yo, la necesidad de leerlo varias veces, de volver a empezarlo. No importa si lo lee en Méjico, Colombia o Brasil; la ausencia de referencias normativas –sólo ideas, experiencias o tendencias, repito– para aderezar sus reflexiones, incita a terminar este libro que bien podríamos re-titular “Una investigación sobre la naturaleza y causas de la corrupción de las naciones”, permítanme la parodia de la obra cumbre del padre de la economía.

Estamos ante un administrativista que se maneja con soltura en la filosofía, en la ciencia política o en la hacienda pública. Pero tanta erudición junta no me atrevo a juzgarla. De lo que si sé algo, tras catorce años como miembro de un órgano de control externo, es de auditoría. Por eso quiero destacar una idea final.

El autor no puede evitar ser auditor y concluye su obra con unas recomendaciones, como deben hacer los informes de fiscalización y nos enseñó en aquellos iniciales cursos que le trajeron por suerte a la Universidad de Salamanca. Frente a lo que Lenin al parecer manifestó, nada hay más revolucionario que la verdad. Por eso destaco la primera recomendación, por su revolucionaria sencillez, incluida en el último párrafo de su obra: “que el poder ejecutivo recupere la costumbre de decir la verdad”. Nada más ni nada menos.

Muchas gracias.

Clara y su marido José Antonio, en el Centro de Gobernanza Global de la Universidad de Salamanca

8 comentarios en “Cómo detectar a un verdadero sabio o las leyes (universales) de la corrupción

    1. Pilar Sáenz de Ormijana

      Tuve la inmensa suerte de poder contar con Antonio como uno de mis colaboradores en la difícil tarea de poner en marcha el Servicio Nacional de Coordinación Antifraude (al que llamábamos cariñosamente el Séneca….). Era un pequeño equipo de funcionarios extraordinarios que, a pesar de las dificultades, no perdía el entusiasmo ni la sonrisa… He de decir que Antonio une a su sabiduría y su formación jurídica una gran capacidad de análisis y un interés constante por seguir aprendiendo y mejorando, y fue un valiosisimo apoyo en esos momentos. ¡Gracias, Antonio, de todo corazón ! Por tu apoyo, por este libro y por seguir aportando tu sabiduría para luchar contra la corrupción.

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  1. FRANCISCO JAVIER GARCIA PEREZ

    Creo que es una de las entradas más bonitas de tu blog, querido Antonio.

    «MOMENTO MORI»

    Esta expresión latina que significa “recuerda que eres mortal” » (expresión que se atribuye a un siervo, que normalmente acababa muerto en servicio, que acompañaba los generales romanos en su entrada victoriosa en Roma, para que no se engriesen por semejante soflama) ejemplifica la posición de los auditores públicos ante la corrupción.

    Estas líneas derramadas en tu blog aderezan el verdadero talento de José Antonio, al que tengo el inmenso gusto de conocer y haber compartido mesa, mantel y algunos encuentros académicos y científicos; sobre un libro presentado como bálsamo para quienes tratamos de discernir los finos límites que separan el servicio público de las apetencias públicas y sus auditorias de las fatuas odas a la gobernanza pública… ¡es tan fácil pasarse al lado del poder cantando sus alabanzas!

    Lo difícil es auditar lo público expresando las debilidades que lo aquejan y entonando el «momento mori”.

    Enhorabuena a los dos.

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